Es mundialmente desconocido que Lontué es tierra fecunda para los buenos narradores. Como no tenemos mar, ríos cercanos, ni ninguna preciosura de la naturaleza, se reúne la gente bajo el árbol de la panadería a contar y contar historias. Tal vez, imaginando ese pueblo que nos merecemos. Y si antes lo hacíamos a través del transcurrir de la conversa –por tradición oral- apareció este Óscar y cambió la convención. Nos pone el reverso, salta al libro y con él damos un paso de gigantes a la gran literatura.
Me cuesta olvidar a este nuevo escritor. Lo conozco desde la primaria, sé de sus andanzas y tal vez quiso ser actor y personaje de los cuentos que contábamos cuando chicos. Por eso las ha hecho todas. Ha estado aquí, allá, y un poquito más se nos da de Pedro Urdemales.
Su primer libro me hace rememorar tanto los relatos carcelarios de la poesía popular decimonónica, como las cuecas del tío Roberto y las novelas lumpen de Méndez Carrasco. Vuelve a emerger toda la literatura subterránea de un Santiago aparentemente oscuro, pero que vive y perdura en la memoria luminosa de lo colectivo.
Sus cuentos me sorprenden y capturan. Lo que ya es bastante decir, porque a esta altura pocas cosas me asombran y sorprenden. En hora buena y con todas las facultades de mis cinco sentidos, lúcido como nunca, quiero presentarles a este amigo, coterráneo y ahora gran escritor.

Dióscoro Rojas
Marzo 2012